Me prometí que escribiría más seguido; pero me demoré un poco en volver a escribir. Lo curioso es que la razón de no hacerlo contradice, directamente, mi publicación anterior.
Hablé maravillas de mi ciudad. Más elogios, ¡Imposible! Pero todo eso se vino a bajo hace un par de meses cuando un conductor ebrio me estrelló. Yo estaba montando bicicleta, por el espacio designado para ese fin, con todas las demarcaciones y medidas de protección de rigor; y aún así me arrolló.
Fue un momento difícil, muy difícil. Despertar en medio de la calle, desconcertado, en medio de un trafico copioso, no es precisamente lo que se pueda llamar una buena noche; y fue justo lo que ocurrió. El conductor se dio a la fuga, iba en una moto de alto cilindraje, de la cual perdió el control (como afirmaron posteriormente algunos testigos). No hubo forma de tomar su matrícula pues alcanzó a levantarla y huir (quien recibió todo el impacto fui yo); pero la investigación sigue en proceso. Hay algunos videos y algunas tramas que están siendo revisadas. ¡Espero que lo encuentren, para que pague por lo que hizo!
Fueron unos días iniciales de mucho dolor y mucha ansiedad. Detenerme (cuando normalmente estoy en 20 cosas a la vez), no fue tan fácil como decirlo. Pero lo pude hacer. Al final, tal vez es esa la forma como debían pasar las cosas, para tomar una pausa y hacer una reflexión. ¡Hasta mi horario cambio! Ya no soy un ser nocturno; sino un madrugador irredento.
Recuperarse de un accidente tampoco es fácil. Retomar actividades tan básicas como volver a caminar, son un reto; pero un reto que nos deja varias enseñanzas. ¿La más importante? ¡No vivir con miedo!
Así es. Sin miedo. Hace un par de días reparé lo que pude de mi bici y decidí montar nuevamente. Salir al mundo. Explorar caminos, de nuevo. Sentir la brisa y el olor de la mañana, ese olor mágico que encierra aromas, anhelos y recuerdos lejanos, fue todo un placer: fue un lujo.
Entendí entonces que no me pasó nada. Que todo lo ocurrido fue una lección para despertar y sentirme agradecido por todo lo que tengo, en lugar de anhelar lo que hace falta.
Ya no quiero ni abrir el Strava, pues sé que mis indicadores de rendimiento son peores que los de un caracol; pero ¿y qué importa! Puedo salir, respirar, caminar, correr y montar. Puedo soñar, crecer, vivir, cometer aciertos y errores, puedo hacer lo que quiera, porque estoy vivo.
Hola, Randolf
Encontré nuevamente tu página, después de tanto buscar, casi no te encuentro. Lamento lo que te sucedió, ojalá hubiera sabido antes para acompañarte un poco, así sea con palabras.
Un cariño
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